Cálano, un filósofo hindú, siguiera al ejército de Alejandro Magno durante todo el camino desde el Punjab hasta la ciudad de Susa. Viendo que llegaba su muerte, insistió en que se construyese para él una pira funeraria. Cuando llegó el día, subió a la pira y se reclinó a la vista de todo el ejército. Todo el mundo se asombró de que no rechistase lo más mínimo en medio de las feroces llamas. Se contaba que Cálano había escrito una carta al gran Alejandro, su señor:
Los cuerpos se pueden mover de un lugar a otro, pero no se puede obligar a las almas, no más de lo que puedes obligar a los ladrillos o a las piedras a hablar.
Mucho antes de que aquí fuese conocida la expresión quemarse a lo bonzo, era una práctica corriente en algunos lugares de Asia. Alejandro Magno llegó a saberlo, también en la Roma antigua. Pero nunca fue un rito apreciado entre los europeos. Con la crisis actual, parece que nada está seguro…
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