El escritor Wu, del lugar de Ch’iang Ling, en China, había insultado al mago Chang Ch’i Shen. Con la certeza de que procuraría la venganza, Wu pasó la noche levantado, leyendo el libro secreto de las transformaciones.
De pronto se oyó un golpe de viento, que rodeaba la casa, y apareció en la puerta un guerrero, que lo amenazó con su lanza. Pero Wu lo derribó con el libro. Al inclinarse para observarlo bien, vio que no era más que una figura, recortada en simple papel. Así que la guardó entre las hojas. Poco tiempo después entraron dos pequeños espíritus malignos, de cara muy negra y que blandían hachas. Cuando Wu los derribó con el libro, también resultaron ser figuras de papel. Wu las guardó como a la primera.
A media noche, una mujer, llorando y gimiendo, llamó a su puerta:
-Soy la mujer de Chang. Mis marido y mis hijos vinieron a atacarlo y usted los ha encerrado en su libro. Le suplico que los ponga en libertad.
-Ni sus hijos ni su marido están en mi libro –respondió Wu-. Sólo tengo estas figuras de papel.
-Sus almas están en esas figuras –dijo la mujer-. Si de madrugada no han vuelto, sus cuerpos, que yacen en casa, no podrán revivir.
-¡Malditos magos! –exclamó Wu-. ¿Qué puedo hacer? No pienso ponerlos en libertad. Por usted, le devolveré uno de sus hijos, pero no pida más.
Y le dio una de las figuras de cara bien negra.
Al día siguiente, mientras contemplaba unos peces en el río, supo que el mago y su hijo mayor habían muerto esa noche.
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