En una bonita plaza de Sofía, la capital de Bulgaria, había unas estatuas que recordaban la última gran guerra mundial. Eran de la época soviética, para celebrar la derrota de los orcos arios de Adolf Hitler. Aunque también servían para ensalzar la dictadura del proletariado, según el modelo gulag de Lenin y Stalin, y que dominó una buena parte de Europa hasta la caída del muro de Berlín.
Un grafitero, harto de verlas siempre igual, decidió renovar su apariencia revolucionaria. Cierta mañana de primavera, con sus botes de pinturas made in China, los viejos partisanos y soldados sufrieron una gran mutación, que sorprendió a los habitantes de la ciudad. Porque, de repente, vieron en aquellas estatuas del evangelio comunista a Santa Claus, al Joker de Batman y al mismísimo Superman, junto a la bandera de las barras y estrellas.
Con esta fotografía, alguien podrá pensar en la palabra victoria. Pero no debemos olvidar que, en una época pasada, el mundo se preparó para una guerra apocalíptica con el fin de exterminar la vida y defender los sagrados ismos: el fascismo, el capitalismo, el comunismo… En ese tiempo no hubo muchas personas lúcidas; creo que Marx (don Groucho) fue una de ellas. Por eso dijo:
“Mis ideas no valen un comino y mi experiencia no ha de ser de gran ayuda para nadie”.
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