Ocurrió hace miles de años. Alrededor del fuego de una hoguera, mientras nuestros antepasados nómadas se alimentaban con la carne de los animales cazados, comían frutos silvestres o reparaban sus armas y herramientas, empezaron a surgir los primeros relatos de la memoria y de la vida. Lentamente, con el paso del tiempo, aquellos relatos orales se entrelazaron hasta formar un inmenso tapiz lleno de historias.
Por eso, muchos creemos que ellas, las historias, son importantes para el desarrollo humano. Y que nuestro gusto, en apariencia infantil, por la fantasía y la imaginación es algo más serio de lo que algunos aseguraban. Su importancia ha sido explicada por mucha gente, porque las historias, con sus imágenes y sus símbolos, se encuentran en todas las culturas del mundo. Así, un buen relato permite a un niño o a un adulto imaginar y poner a prueba su imaginación sin tener que experimentar físicamente los hechos narrados. A pesar de estas evidencias, cuando en algún lugar surge un nuevo poder autoritario, político o religioso, aún en nuestros días se intenta detener la libre circulación de las historias. Y los gobernantes prohíben ciertos libros, cortan el acceso a Internet o impiden el uso de determinadas redes sociales. El objetivo siempre es el mismo: evitar el conocimiento que se adquiere con la difusión de las historias.
A través del escritor Antonio Muñoz Molina descubro la existencia de un libro todavía no traducido al castellano, On the Origin of Stories, de Brian Boyd. Después de leer su artículo, me pregunto si habrá que esperar mucho para verlo en nuestras librerías. Algunos de los interrogantes que plantea resultan muy atractivos:
“… por qué la ficción está tan literalmente enraizada en los seres humanos que no se conoce ninguna sociedad en la que no exista; por qué el interés en los cuentos o en el juego es tan universal entre los niños que su ausencia es síntoma de un trastorno grave; por qué nos importan tanto historias que sabemos inventadas y seres que no existen y nos emocionamos hasta el llanto con el artificio evidente de una representación teatral; por qué el primer instinto de cualquier narrador es despertar el interés de quien escucha o quien lee y sostener su atención hasta el final del relato: cómo es que, según dice Joan Didion, nos contamos historias los unos a los otros para seguir viviendo…”
3 comentarios:
Nos ha gustado tu blog. Gracias por tu visita. Saludos cuenteros.
Quizá porque necesitemos narrar y narrarnos para sentirnos bien con nosotros mismos. El contar la historia de nuestro dolor nos sana, aunque revivamos la pena con cada palabra.
Quizá porque en el otro lado se encuentra quien escuche, lea y haga suyo ese cuento que nos emociona...
Gracias por tu reflexión y un saludo
Estoy de acuerdo contigo, Juana, quizás el hecho de contar nos lleva al principio, cuando las palabras servían para calmar y también para explorar. En Internet dejamos nuestras historias con la esperanza de que lleguen a buen sitio. Me alegra saber que alguna te ha encontrado...
Saludos
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